La dermatitis atópica, métodos de prevención y cuidado de la piel
Con la llegada del frío, el viento y la baja humedad las pieles atópicas empeoran junto con la polución, provocando la deshidratación y sequedad extrema en la piel. Cada vez hay más casos de afectados de dermatitis atópica y actualmente se ha convertido en una de las primeras causas para visitar al dermatólogo. La piel atópica es una enfermedad de la piel, por lo general, crónica que presenta una importante sequedad provocando irritación y descamación con sensación de picor y enrojecimiento continuo.
Actualmente, esta dolencia es diagnosticada en los más pequeños, apareciendo en los tres primeros años de vida con más del 60% de los casos. Los bebés, generalmente, la piel atópica empieza por afectarles en piernas, brazos, el dorso de los pies incluso en la cara. Con la edad, estos brotes tienden a disminuir, aunque es posible que continúen ya en edad adulta. Cuando somos adultos suele aparecer en el cuello, la zona interna de los codos y en la parte trasera de las rodillas.
Es importante tener en cuenta de que en nuestra piel existe una barrera natural de grasa que nos protege de las agresiones externas. La epidermis es la capa más superficial de la piel y su función principal es protegernos. Tiene una composición de lípidos epidérmicos que son un factor fundamental para preservar la humedad en la piel. Cuando nuestra piel está sana, las capas dérmicas trabajan con fuerza para nuestra protección, pero cuando algo la desestabiliza, se reduce su barrera efectiva y la piel comienza a sufrir las consecuencias.
Las agresiones en nuestra piel como los cambios de temperatura, la exposición excesiva de los rayos UV, rozaduras, golpes y sustancias químicas son las que provocan su deterioro. Pero existen otros factores clave que debemos saber y pueden influir en debilitar nuestras defensas.
Una de las claves más importantes para tener una piel sana, es mantener la humectación de la piel
Aunque la predisposición genética es inevitable, sí que podemos evitar o disminuir los brotes controlando el cuidado frente a los factores ambientales. Cada órgano y estructura del cuerpo tiene una función específica, y la epidermis es uno de los más extensos que nos ayuda a preservar e hidratarla de forma natural. Es esencial mantener una higiene adecuada y saber cómo realizarla respetando la barrera natural lipídica que impide la penetración de bacterias en nuestra dermis.
No hay que olvidar que los bebés tienen una piel muy delicada y debemos ser conscientes que el agua reseca mucho la piel, y el baño diario puede ir deteriorando su barrera protectora. Cuando esto sucede, las cremas hidratantes se convierten en un gesto indispensable para mantener la hidratación en nuestra piel.
Lo ideal es limitar la frecuencia y el tiempo de lavado, en verano un baño templado corto cada dos días alternando el jabón y en invierno reducirlo a dos veces por semana. Esto es muy importante ya que el frío y la baja humedad es determinante para debilitar su capa protectora natural. Se debe secar con una toalla dando ligeros toquecitos sin frotar y vestir con ropa de algodón. Como hidratante más natural, podemos utilizar aceite de almendras, añadir una gotas en el agua o bien aplicarlo después del baño.
Si mantenemos una rutina sencilla de cuidados en la piel y no la erosionamos con componentes químicos, nuestras células producirán de nuevo la queratina responsable de impermeabilizar y fortalecer nuestra piel. En poco tiempo notaremos la regeneración de los tejidos y comprobaremos que nuestra epidermis ha cumplido su función, la preservación natural de la piel.